Esta historia de motel sucede allá por el 1990 o 1991, en unas vacaciones familiares que me llevaron a recorrer el norte de España. Concretamente fue en un lugar llamado Grado, en Asturias. Tenía 12 años y me fascinaban ya los paisajes nocturnos, y los ambientes de road-movie. Supongo que parte de la culpa la tenía 'París-Texas'.
Una vez mi familia y yo nos instalamos en la habitación, mi madre advirtió un pitido muy agudo en la estancia. Nos mantuvimos en silencio unos segundos. Parecía que el origen del sonido procedía de fuera. Miré por la ventana, pero lo único que veía eran prados y no había señal de ninguna actividad que pudiera generar esa molesta frecuencia. Era como lo que oyes cuando dicen que alguien piensa o habla de tí, sólo que el presunto alguien no cesaba de hacerlo.
Sin más, salimos a cenar. Entonces, por aquello de agotar posibilidades, le comunicamos al conserje lo que pasaba. No supo qué contestar, pero en su esfuerzo por ser amable nos dijo que hablaría con el personal del motel a ver si averiguaba algo. Esto todavía contribuyó, si cabe, a hacerlo todo más misterioso. Mi padre pensaba que nos iban a tomar por locos, o algo parecido.
Cuando llegó la hora de dormir, aceptando ya el hecho de que tendríamos que aguantar aquel sonido, cerré mis ojos y me puse a pensar en mis cosas. Fue entonces cuando mi hermanito de 7 años pidió permiso a mamá para echar una partida de su maquinita de videojuegos de bolsillo antes de dormir. "Permiso concedido", y fue a rebuscar en su mochila para hallar el artilugio. De repente, el sonido creció de intensidad. Y luego cesó, de golpe, con la consiguiente cara de asombro de todos.
Y ahí estaba mi hermanito con la maquinita en sus manos y con una sonrisa en la cara, diciendo:
"!Era la maquinita, que estaba rara!"
2 comentarios:
Era un beep más profundo que el del título de tu primer post.
A mi hermano le pasó algo parecido comiendo almendras. Pero no se atragantó ni nada, ¡eh!
Jejeje.
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